Adviento celebra el advenimiento, la llegada de Jesús. Es un tiempo precioso en que la Liturgia –a través de las lecturas y símbolos- nos invita a renovar la esperanza porque Dios nunca nos abandona. Las lecturas bíblicas nos hablan de un Dios justo y amoroso que viene a nosotros para salvarnos. Los símbolos, especialmente la corona y el pesebre, ponen su acento en la luz y el nacimiento.

Jesús es la Luz que se percibe cada vez más intensa conforme se acerca la Natividad. Una luz que ilumina nuestras oscuridades y orienta nuestro caminar. El pesebre, nos recuerda la condición extrema de pobreza que Dios elige para venir a nosotros. En silencio, sin llamar la atención ni hacer ostentación de poder, a la intemperie, en contacto con la naturaleza y los animales, … Dios se acerca y nace. En un niño desnudo, frágil, dependiente, que para nadie puede representar una amenaza, Dios se nos revela y regala. … “Es uno de los nuestros” exclamó una persona que vivía en la calle, tras escuchar el relato del nacimiento de Jesús. Una vivencia que no olvidaré, puesto que me ha ayudado a profundizar en la importancia de hacerse el último para así incluir a todos. Nadie está excluido ni marginado del amor divino.  

Navidad celebra la ternura de Dios. Un Dios que toma la iniciativa y se acerca a cada ser humano para expresarle su amor incondicional, infinito, tierno, justo, bueno. Un Dios que es particularmente sensible al dolor humano. Que se duele y compadece con el dolor del que está enfermo/a, quien se siente solo/a, abandonado/a, triste, … Un Dios que se conmueve con el sufrimiento de quienes padecen las consecuencias de la guerra, el terrorismo, la violencia,… De quienes deben abandonar su hogar por razones de persecución, guerra, tragedias climáticas como consecuencia de la destrucción del planeta, etc. Jesús nos revela que No hay sufrimiento humano que escape al amor divino.

Navidad es también un tiempo propicio para renovar la esperanza. Porque Jesús nos muestra que la paz, la justicia y el amor son posibles. Al sabernos y sentirnos profundamente amados por Dios, podemos amarnos a nosotros mismos y amar a los demás como a hermanas y hermanos. Podemos colaborar en la construcción de un mundo distinto, en que prevalezca el amor en todas nuestras relaciones; con Dios, uno mismo, el prójimo, la naturaleza. Esto es posible porque Dios está de nuestra parte, porque Dios está con nosotros, porque Él es nuestra fuerza e inspiración. Porque Él actúa, a pesar de nuestra pequeñez y vulnerabilidad. 

En este tiempo de Adviento, me he sentido muy regalado por el Señor, a través de muchos gestos en los cuales puedo advertir su presencia y ternura. Quisiera compartir algunos de estos regalos. La reciente visita a la provincia jesuita de Polonia del sur, junto con visitar y recorrer la preciosa ciudad de Cracovia, las obras y comunidades jesuitas, me permitió visitar el campo de exterminio de Auschwitz y también conocer el trabajo que realiza el Servicio Jesuita de Refugiados en Lviv, Ucrania, con refugiadas de este país. 

El recorrido por Auschwitz no fue placentero. Sí fue muy impactante. Había mucha gente a la entrada y nevaba con -5ºC. Decidí hacer el recorrido por mi cuenta, en silencio. Quería compenetrarme con lo que ahí había ocurrido. He leído suficiente sobre los hechos y quería dejarme tocar por las imágenes, fotos, instalaciones y todo lo expuesto. Los galpones, de dos pisos, están dispuestos en forma paralela en una superficie total que no debe ser mucho más de una hectárea, toda amurallada y reforzada con alambre de púas. Al internarme por uno y otro pabellón, pude ver el suelo de paja sobre el cual dormía la gente, los camarotes de 3 pisos, el baño, la ruma de anteojos, pelo, zapatos de todos tamaños y formas, maletas de viaje, … Los anteojos, los zapatos, las maletas, … hablan de personas, de seres humanos que por allí circularon. Junto al pelo, había una tela tejida con pelo humano que no se podía fotografiar; imagino por respeto. Me impactaron las maletas. De distintos tamaños, muchas con los nombres de su propietario en el costado. La maleta es expresión de un viaje. Cuando uno viaja hay ilusión, sueño, esperanza. Pocos quizá imaginaron que este sería su último viaje, al encuentro de una muerte cruel. Me ha quedado grabada la imagen de esas murallas cubiertas de fotos con el rostro de personas que por allí transitaron. Rostros con la cabeza rapada y cuyos ojos transmitían: miedo, terror, angustia, desolación,… Una muralla completa con el nombre de quienes allí habían estado (1.300.000 deportados y 1.100.000 asesinados). Entre esos rostros descubrí a Edith Stein (monja convertida al catolicismo) y Maximiliano Kolbe. No podía dejar de pensar cómo la inteligencia, creatividad, organización y logística del ser humano, habían sido empleadas con esmero al servicio de un fin tan cruel e inhumano. Algo inconcebible. El equivalente a 14 estadios de futbol repletos de gente, con 80.000 personas cada uno. Una eficacia aterradora. Pensaba en la obsesión de Hitler por exterminar de Europa a todos los judíos en el famoso “Plan Final”. Se estimaba que en toda Europa había 11 millones de judíos; de esos, la Alemania Nazi exterminó a 6 millones, de los cuales 1,1 millones fueron asesinados en Auschwitz.

El recorrido en silencio de más de 2,5 horas por los pabellones y cámaras de gas de Auschwitz me llenó de un sentimiento profundo de dolor. En la cámara de gas, imaginaba el ingreso de miles de cuerpos desnudos, hasta repletar el espacio, sellar la entrada e inyectar el gas letal que acabaría con la vida de todas esas personas. Y luego, la evacuación de esos cuerpos inertes para volver a repetir la ejecución. Pensaba, cuánto sufrimiento absolutamente injustificado e innecesario. ¿Cómo se puede llegar a este extremo de deshumanización? Peor aún, ¿por qué, después de Auschwitz, se siguen repitiendo situaciones semejantes? Pensaba en las purgas de Stalin en la Unión Soviética, las matanzas étnicas en distintas partes de África, las dictaduras en distintos países incluyendo el nuestro, … Al ver y reflexionar sobre todo esto, se reafirma en mí la convicción que el camino de Jesús con su opción clara por los más débiles, la justicia y el amor, adquiere máxima validez. La convicción de que el respeto por cada ser humano, independiente de su condición, historia o estado, ha de ser un valor a cuidar y tener siempre presente. 

La visita a Ucrania fue otro regalo. Seguía nevando y viajamos de noche en una van del Servicio Jesuita a Refugiados (SJR). Llevábamos comida, ropa y medicamentos, en un viaje “humanitario” que nos permitía esquivar la enorme fila de vehículos en la frontera. Llegamos a Lviv a las 7:00 hr. La ciudad está ubicada en el extremo oeste de Ucrania, cercana al límite SE de Polonia. Lviv perteneció a Polonia en el pasado y a pesar de estar lejos de la zona bombardeada, se percibían los efectos de la guerra. Servicios públicos colapsados, corte de energía permanente, escasa presencia de varones,… Tras compartir un café con miembros de la comunidad, hicimos un breve recorrido por el centro de la ciudad y luego visitamos la casa de acogida del SJR. Una casa sólida de 3 pisos con capacidad para 25 personas. Estaba a plena capacidad y Víctor, su administrador, nos confesó que su mayor angustia era no poder acoger a tantas mujeres con niños que acudían allí pidiendo auxilio. Recorrimos la casa y pude conversar con algunas mujeres (11 mujeres y 14 niños). Todas ucranianas que hablan ruso y habían emigrado de la zona de conflicto. 

Conversando con Luda, una rubia de 30 años, viuda, con 2 hijos y contadora de profesión, le pregunté cuál era el sentimiento que en ella predominaba. Soledad, me contestó. No saber qué hacer, dónde ir. No poder planificar el futuro. En dos oportunidades se quebró, exteriorizando así el enorme stress, angustia, dolor, … que ha vivido. Reconoció sentirse en familia, aunque lo que más desea es que acabe la guerra y poder volver a su casa. Otra mujer, Tania, con un hijo, expresaba su rabia hacia los rusos. No entendía por qué no se rebelaban contra Putin. Por qué permitían que continuara con esta guerra tan absurda y cruel. ¿Qué quieren, más terreno? ¿No es suficiente lo que ya tienen?… 

Lviv fue constatar en el sufrimiento de las personas, la irracionalidad y el sin sentido de la guerra. Como dijera el patriarca ortodoxo de Ucrania, se repite la historia de Caín y Abel. Dos pueblos hermanos que comparten parte de su historia, cultura y lengua, peleándose a morir. No se entiende ni tiene justificación alguna. 

El relato compartido es fuerte y pudiera dar cabida a la desesperanza. No obstante, en este tiempo de Adviento, Dios nos invita a la esperanza porque jamás nos abandona, está siempre con nosotros y en la Natividad, Dios se nos regala en la presencia de un niño frágil, que puede suscitar en cada uno de nosotros la mayor ternura y un profundo deseo de amar como Él nos ama. De reconocernos como hermanos y hermanas como Jesús nos reconoce. De acompañar al que sufre y está solo/a como Jesús nos enseña. En definitiva, Jesús nos invita a superar nuestras miserias y mezquindades para estar a la altura de nuestra dignidad de hijos e hijas de Dios. 

Les invito a estar atentos a acoger y gozar los innumerables gestos de amor y ternura que el Señor nos regala. Que Jesús los llene de esperanza y tengan una muy feliz Navidad. Un cariñoso abrazo, 

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