Se cumple un año de la publicación de Fratelli tutti, un texto que aborda problemas y desafíos complejos de un mundo contemporaneo dividido. Vale la pena reflexionar sobre una encíclica que en cada uno de sus puntos propone caminos de encuentro y de amistad social.
One year has passed since the publication of Fratelli tutti, a text that addresses complex problems and challenges in a divided contemporary world. It is worth reflecting on an encyclical that in each of its points proposes paths of encounter and social friendship.
Ha pasado un año desde la publiación de Fratelli tutti. Esta encíclica se ocupa de muchos problemas macro (macro sociales, marco económicos o marco políticos) coomo el capitalismo consumista o las crisis ecológicas. Pero propone resolverlos, muchas veces, con soluciones micro. Y esto es tal vez un aspecto disruptivo y contracultural. Ante los problemas complejos el mundo suele pensar en soluciones complejas. Cuando las soluciones son complejas, no nos sentimos demasiado interpelados: nadie se hace cargo. Nadie se “carga el problema al hombro”, como el buen samaritano (FT, capítulo 2). La más fácil es pensar que los heridos al costado del camino son producto de problemas complejos y marco sociales, y en rigor es cierto. Las soluciones que Francisco propone (que son las del buen samaritano) son más bien simples (y no por esto fáciles): parten de la lucha contra el egoísmo, una lucha que se da en el corazón del hombre.
Luego de aquella fuerte crisis económica, social y política la en Argentina de los años 2001, 2002 y 2003, el entonces Cardenal Bergoglio hacía un llamado a “ponerse la patria al hombro”. Esto parece una tarea demasiado persada, y no podemos hacerla de una vez y para siempre. Sin embargo es un llamado que puede interpelar a cada uno en su corazón, allí donde esté. Ponerme la patria al hombro es ponerme a mi país, a mi comunidad, a mi sociedad, a mi espacio de trabajo o mis instituciones… al hombro, con sus enfermedades y dolencias (especialmente si soy un líder o un dirigente). ¿Estoy dispuesto a detenerme y hacer esto? ¿O la prisa, la indecisión y mis proyectos personales no me permiten hacerlo?
Por eso, ante problemas complejos, soluciones simples.
Los problemas de internet, por caso, pueden volverse problemas macro, pero muchas de sus soluciones dependen del uso cotidiano que le demos a la red. Estamos cada vez más solos en un mundo cada día más interconectado (FT, no. 12). En la comunicación digital, por ejemplo “se quiere mostrar todo y cada individuo se convierte en objeto de miradas que hurgan, desnudan y divulgan, frecuentemente de manera anónima” (FT, no. 42). ¿Cómo dicernir qué exponemos y cómo es nuestra mirada en la red? ¿Cómo usamos internet? ¿Miramos con entusiasmo la intimidad expuesta de los sentimientos, los pensamientos positivos o negativos de las otras personas? ¿O los ayudamos a hacer un uso sobrio, equilibrado, cauto y sano del espacio virtual, en el que hoy estamos todos?
Hace siglos los castigos o las torturas solían darse en la plaza pública. Pero hoy internet, muchas veces desde los dispositivos móviles, puede volverse esa plaza pública, donde también podemos castigar sin piedad, donde circulan escraches y linchamientos, aunque parezca un modo más inocente que el antiguo. Pero la plaza también puede ser el espacio de encuentro, de diálogo, de predicación.
Los medios de comunicación digitales “pueden exponer al riesgo de dependencia, de aislamiento y de progresiva pérdida de contacto con la realidad concreta, obstaculizando el desarrollo de relaciones interpersonales auténticas” (FT, no. 43). Pero podemos preguntarnos cómo pueden convertirse en espacios de cuidado y de protección, ante tantos riesgos: ciberbulling, etc. ¿Acaso tengo la obligación de cuidar a mi hermano? (Gn 4,9). Podemos preguntarnos hoy, “¿acaso tengo que cuidar a mi hermano en internet?” ¿Y a mi hijo? ¿Tengo el tiempo de compartir los espacios virtuales con ellos? Podemos detenernos y animarnos a hacerlo.